Conceptos básicos del análisis económico marxista - primera parte

Conceptos básicos del análisis económico marxista - primera parte

Por Anwar Shaikh

Introducción

Toda ciencia posee ciertos conceptos básicos sobre los cuales se fundamenta cualquier desarrollo científico ulterior. La economía política marxista no se diferencia a este respecto. El concepto fundamental es el de clase, sumado .a los de trabajo excedente y explotación, que examinaremos en esta introducción.

El concepto de capital lo entendemos, no como una entidad física o financiera (herramientas y equipo, o dinero y activos financieros), sino como una estructura históricamente especificada de relaciones sociales, que entraña diferentes elementos de reproducción social y los convierte en recursos para la obtención de sus propios fines. Esto nos permite explicar por qué una herramienta utilizada en forma capitalista “produce” resultados cualitativamente diferentes a los que arroja cuando es utilizada de manera comunitaria. Lo cual también, forzosamente, nos recuerda que el capitalismo es tan sólo una de las tantas formas de organización social que han existido y podrán existir y que, como todas, está destinada a ocupar tan sólo un período en la historia de la humanidad. Estos aspectos serán examinados en la siguiente sección.

El concepto de capital nos lleva inevitablemente al tema de la ganancia puesto que ella es el fin y la razón de ser del capital. Marx identifica dos diferentes fuentes de ganancia que son la transferencia libre o forzada de riqueza (ganancia por enajenación) y la producción de plusvalía (ganancia por plusvalía). La primera fuente domina la larga y azarosa historia del capital comercial, mientras la segunda es, desde luego, la base principal del capitalismo industrial. La distinción entre la ganancia basada en la enajenación y la ganancia con base en la plusvalía nos permite formular una crítica al concepto neoclásico de ganancia, que generalmente reduce la segunda a la primera. También nos provee de una clave importante para descifrar la paradoja, por largo tiempo afirmada, de la aparente variabilidad de las ganancias agregadas en presencia de cambios en los precios relativos, que tanto confunde la literatura de la transformación de valores a precios de producción. La tercera sección explorará estos aspectos.

El capital individual es invertido con el propósito de obtener una ganancia y expandir el capital disponible. Para poder continuar haciéndolo, este valor capital ampliado debe ser lanzado a la pelea de nuevo, en mejores condiciones.

A un nivel agregado, este circuito recursivo da origen a un proceso dinámica de crecimiento cuyos patrones estructurales subyacentes están ocultos bajo su aparente desorden. Marx denomina estos patrones económicos de largo plazo “leyes generales de la acumulación capitalista“. Comenzaremos su exposición en la cuarta sección de este Capítulo, al discutir el concepto de “ley” delineado por Marx, como una fuerza que domina sus tendencias contrapuestas asociadas, de tal manera que el resultado es un patrón general dominante.

Existen tres leyes generales que desempeñan un papel fundamental en el análisis económico de Marx. La primera de ellas contempla la concentración y centralización que acompañan a la acumulación de capital. La segun­da se relaciona con la tendencia interna del capital a crear y mantener un fondo universal de desempleo y empleo parcial, un verdadero ejército internacional de reserva de trabajo. La tercera ley general tiene que ver con la tendencia de la acumulación a hacer decrecer la tasa de ganancia y, por lo tanto, a socavar la acumulación en sí misma. Las periódicas crisis económicas generales, es decir, depresiones, son la inevitable consecuencia de esta tendencia general de la tasa de ganancia a caer.

La ley de Marx de la tasa decreciente de ganancia es una de las tres teo­rías principales de las crisis económicas en la tradición marxista. El presen­te Capítulo termina con un esbozo de la estructura e implicaciones de las tres teorías marxistas de las crisis. Se reserva para el Capítulo 4 un trata­miento más detallado de los aspectos teóricos y empíricos involucrados en esta temática.

Clase, trabajo excedente y explotación

La sociedad está compuesta por gente que vive dentro -y-por-medio de complejas redes de relaciones sociales que configuran su existencia. Marx sostiene que las relaciones que estructuran la división social del trabajo están a la base de la reproducción social, porque la división del trabajo cumple simultáneamente dos metas sociales diferentes: primera, la producción de los muchos y variados objetos que la gente usa en sus actividades de la vida diaria; y segunda, la reproducción de los delineamientos sociales básicos bajo los cuales esta producción se realiza. La reproducción social es siempre la reproducción de individuos en tanto individuos sociales.

Las sociedades de clases son aquéllas en las que la imposición de un grupo de gente sobre otro se fundamenta en un tipo particular de división social del trabajo. Esta particularidad proviene del hecho de que la clase dominante se sostiene mediante el control de un proceso por medio del cual se les exige a las clases subordinadas que dediquen una porción de su tiempo trabajo a la producción de cosas que necesita la clase dominante. La división social del trabajó en una sociedad de clases debe, por lo tanto, estar estructurada alrededor de la extracción de trabajo excedente, es decir, de tiempo de trabajo mayor que el requerido para producir los bienes que satisfagan las necesidades de las clases trabajadoras mismas. En efecto, las clases subordinadas son las que hacen el trabajo para la reproducción de la clase dominante y, por lo tanto, terminan trabajando para reproducir las condiciones de su propia subordinación. Por eso Marx se refiere a la extracción de trabajo excedente en las sociedades de clases como la explotación del trabajo [i]. Digamos, de paso, que debería ser claro a partir de esto que la sola ejecución del trabajo más allá de lo necesario para satisfacer necesidades inmediatas no constituye explotación en sí. Robinson Crusoe, que trabajaba en su soledad con el fin de sembrar plantas para su consumo futuro o de crear fortificaciones contra posibles ataques, realizaba solamente un poco del trabajo necesario para satisfacer sus propias necesidades. El no era ni explotado ni explotador. Pero todo cambió una vez que logró subordinar al negro Viernes, educándolo mediante la promesa de la religión y la amenaza de la violencia para que alcanzara su nuevo lugar en la vida, y obligándolo a trabajar en la construcción de un microcosmos de la sociedad inglesa. Entonces, se convirtieron en Robinson el explotador y Viernes el explotado, cuyo trabajo excedente sólo sirve para atarlo aún más a sus nuevas condiciones de explotado.[ii]

En el sentido más general, explotar algo significa hacer uso de ello con algún fin particular, como en la explotación de recursos naturales para beneficio social o para ganancia privada, lo cual equivale a “sacar ventaja” en un sentido neutral o benigno. Pero en la medida en que una actividad implica sacar ventaja de otras personas, es decir, sacar ventaja en sentido maligno la explotación también significa algo inescrupuloso. Finalmente, si la situación de otras personas es desmejorada de manera endémica, como en el caso de los pobres en relación con los terratenientes, prestamistas y similares, el término “explotación” toma la connotación de opresión. Eso es sacar ventaja sistemáticamente.

Marx utiliza la palabra explotación en todos los anteriores sentidos. Pero como se indicó ya, también define un concepto nuevo, la explotación del trabajo, que se refiere específicamente a la extracción del trabajo excedente sobre la que se funda la sociedad de clases. En este sentido, la explotación viene a ser uno de los conceptos básicos de la teoría marxista de las formaciones sociales.

Si bien la explotación del trabajo es inherente a todas las sociedades de clases, la forma que toma varía considerablemente de un modo de producción a otro. Bajo la esclavitud, por ejemplo, el esclavo pertenece a su dueño de tal forma que el total de su trabajo y el producto neto correspondiente (es decir, el producto adicional al reemplazo de los medios de producción utilizados) es apropiado ostensiblemente por el esclavista. Pero, de hecho, el esclavo también debe ser mantenido con parte de este mismo producto neto. Por consiguiente, es el producto excedente (la porción del producto neto por encima de la necesaria para mantener a los esclavos) y, por lo tanto el trabajo excedente de los esclavos, lo que sostiene a la clase esclavista. De modo similar, bajo el feudalismo, los trabajos excedentes del siervo y el arrendatario soportan el aparato de dominación. Pero aquí las formas de su extracción son muchas y variadas: algunas veces son directas, como en el caso de las cantidades de trabajo y/ o producto anual que el siervo o arrendatario están obligados a entregar al señor, a la Iglesia y al Estado; y algunas veces indirectas, como en el pago de arrendamientos en dinero, diezmos e impuestos que requieren que el siervo o el arrendatario obtengan un producto excedente y lo vendan para cumplir con las obligaciones impuestas.

La riqueza material de la clase dominante está directamente ligada al tamaño del producto excedente; éste, a su vez, será más grande cuanto más bajo sea el nivel de vida de las clases subordinadas y más larga, más intensa o más productiva su jornada de trabajo. Ambas proposiciones se traducen en que la relación entre el tiempo de trabajo excedente y el tiempo de trabajo necesario para la reproducción de los trabajadores mismos sea más alta, es decir, en una tasa de explotación del trabajo más alta: dada la productividad del trabajo y la duración e intensidad de la jornada de trabajo, cuanto menor sea la porción del producto consumido por la clase productiva (trabajadores), más grande será la parte de su jornada que es dedicada al trabajo excedente; de manera similar, dado el nivel de consumo del campesino o trabajador medio, mientras más duradero, más intenso o más productivo sea su trabajo, más pequeña la porción de su jornada que tiene que dedicar a sus propias necesidades de consumo y, por tanto, mayor la porción correspondiente al trabajo excedente.

Debido a que la magnitud del producto excedente puede ser elevada en las formas descritas, la clase dominante siempre está interesada en empujar la tasa de explotación hacia sus límites históricos y sociales. En el mismo sentido, el interés de las clases subordinadas es no solamente el de resistir tales esfuerzos, sino también pelear contra las condiciones sociales que hacen esta lucha necesaria. El carácter de explotación de las sociedades de clases las convierte en un modo de existencia humana fundamentalmente antagónico, signado por una candente hostilidad entre dirigentes y dirigidos y caracterizado por períodos de motines, rebeliones y revoluciones. Es por eso que las sociedades de clases deben depender fundamentalmente de la ideología, para motivar y racionalizarla división social sobre la cual están asentadas, y en la fuerza, para proveer la disciplina necesaria cuando todo lo demás falla.

Capitalismo y explotación

El capitalismo comparte los atributos generales mencionados. Es una sociedad de clases en donde la dominación de la clase capitalista se basa en su propiedad y control del vasto volumen de medios de producción de la sociedad La clase trabajadora, por su parte, está constituida por aquellos que han sido “liberados” de esa misma carga de propiedad de los medios de producción y deben, por lo tanto, ganar su subsistencia trabajando para la clase capitalista. Como Marx en forma tan elegante lo demostró, la condi­ción general social para la reproducción de estas relaciones, es que la clase trabajadora en su conjunto sea inducida a producir trabajo excedente, ya que éste sienta las bases de la ganancia y esta ganancia, a su vez, mantiene a la clase capitalista dispuesta y capaz de volver a emplear trabajadores. Como la historia del capitalismo lo muestra claramente, la lucha entre las clases en torno a las condiciones, los términos y, aun ocasionalmente, el fu­turo de estas relaciones, pasan a través de este proceso global.

La especificidad histórica del capitalismo radica en el hecho de que sus relaciones de explotación están casi completamente ocultas detrás de la superficie de sus relaciones de intercambio. A simple vista, la transacción en­tre él trabajador y el capitalista es perfectamente equitativa. Aquél ofrece fuerza de trabajo para la venta, éste ofrece un salario y el trueque es realiza­do cuando ambos lados acuerdan los términos. Pero, una vez terminada esta fase, abandonamos la esfera de la libertad e igualdad aparentes y en­tramos al “recinto oculto de lá producción” en cuyo interior acecha el fami­liar dominio del trabajo excedente” [iii].Aquí encontramos un mundo de jerar­quías y desigualdad, de órdenes y obediencia, de jefes y subordinados, en el cual la clase trabajadora está destinada a laborar para producir una cierta cantidad de productos para sus empleadores. Del producto total una por­ción, la que corresponde a los materiales y costos de depreciación del pro­ducto total, es comprada por los mismos capitalistas para remplazar los medios de producción utilizados. Una segunda porción es comprada por los trabajadores con los salarios previamente pagados por sus empleado­res. Pero si estas dos porciones llegan a agotar el producto total, los capita­listas habrán logrado producir tan sólo lo necesario para cubrir sus propios costos de producción (materiales, depreciación y salarios): no habría ga­nancia agregada. Para el éxito de la producción capitalista, es decir, para que ésta cree su propia ganancia, los trabajadores deben ser inducidos a trabajar más allá del tiempo requerido para producir sus propios medios de consu­mo. Deben, en otras palabras, trabajar tiempo de trabajo excedente para pro­ducir el producto excedente sobre el que se fundamenta la ganancia.

Las anteriores proposiciones pueden ser derivadas analíticamente [iv]. Más importante aún, se evidencian en la práctica cuando quiera que el tiempo de trabajo se pierda por huelgas o disminuciones de ritmo en el trabajo. Como se erosiona el tiempo de trabajo excedente, la normalmente oculta conexión entre trabajo excedente y ganancia se manifiesta en una corres­pondiente caída de la rentabilidad. Todo capitalista en funciones debe aprender esta lección tarde o temprano.

La economía ortodoxa, enclaustrada en su mágico reino de funciones de producción, competencia perfecta y equilibrio general, por lo común se las arregla para evitar tales temas. En realidad, está ocupada principalmente en la construcción y refinamiento de una imagen idealizada del capitalismo cuyas propiedades investiga con una concentración tan feroz que le es po­sible ignorar por completo la realidad que la rodea. En esta construcción, la producción es un proceso desarticulado llevado a cabo por una entidad in­tangible llamada empresa, que contrata “factores de producción” llamados capital y trabajo con el propósito de elaborar un producto. Cada factor es pagado de acuerdo con su contribución incremental al producto total (es decir, de acuerdo con el valor de su producto marginal). Si todo va bien, la suma de estos pagos se realiza hasta agotar exactamente los ingresos netos efectivamente recibidos por la firma, y el terreno queda listo para iniciar otra ronda.

Nótese que este concepto coloca una cosa (capital) y una capacidad hu­mana (fuerza de trabajo) en pie de igualdad, ambos son llamados “factores de producción”. Esto habilita a la teoría para negar cualquier diferencia de clase entre capitalistas y trabajadores al tratarlos como esencialmente igua­les: todos son propietarios de, por lo menos, un factor de producción. El hecho de que la “dotación de factores” pueda variar considerablemente entre individuos es, pues, tan sólo un detalle secundario cuya explicación, se dice, reside fuera de la teoría económica. Luego, al tratar la producción co­mo un proceso desarticulado el proceso de trabajo humano es reducido a una simple relación técnica, a una función de producción que “proyecta” cosas llamadas “insumos” (incluida la fuerza de trabajo) a una cosa llama­da “producto”. De esta manera desaparece de vista toda lucha durante el proceso de trabajo. Finalmente, puesto que el capital y el trabajo son sim­ples cosas, no se puede decir que este último sea explotado. Sin embargo, en la medida en que el pago de algunos factores cae un poco por debajo de la igualdad con su producto marginal particular, puede decirse que e1 pro­pietario de este factor es explotado. En este sentido, la explotación se define como una discrepancia entre un “pago a factor” real y un pago ideal (una construcción muy similar subyace a las nociones de intercambio desigual, como las de Emmanuel) [v].Lo que es más importante, el concepto de explo­tación, tal como se definió anteriormente, puede aplicarse en principio tan­to a las ganancias como a los salarios. El capitalismo surge así como un sistema en donde los capitalistas están tan expuestos a ser explotados por los trabajadores como lo contrario. Con este último paso, la noción de explotación se reduce a una absoluta trivialidad [vi].

Clase, género y raza

Nos hemos centrado en la noción de explotación como la extracción de tra­bajo excedente, debido a que esta relación es el fundamento sobre el cual está construida la sociedad de clases, en el sentido de que el resto de rela­ciones legales, políticas y personales son estructuradas y delimitadas por este elemento central. Esto no quiere decir que las otras relaciones carezcan de una historia y lógica propias. Solamente significa que en cualquier modo de producción dado, dichas relaciones están, atadas al sistema por el campo de fuerza de esta relación central y configuradas en sus características por su siempre presente atracción gravitacional.

La noción de que la sociedad de clases está marcada por la opresión a lo largo de las líneas de clases obviamente no excluye otras formas de subyu­gación igualmente importantes. Es evidente, por ejemplo, que la opresión de la mujer por el hombre es común a todas las sociedades conocidas y a todas las clases dentro de ellas. Así, cualquier explicación apropiada de la opresión de trabajadores por capitalistas también debe contemplar la opresión de la clase de las mujeres trabajadoras por los hombres de todas las clases, así como la opresión de las mujeres de la clase dominante por los hombres de su propia clase.

Pero aun así no es bastante. No es suficiente decir que clase y patriarcado son formas de opresión coexistentes. Necesitamos, también, saber cómo se relacionan estas formas entre sí. Y es aquí donde generalmente los marxis­tas le dan preeminencia a la relación de clase, no porque la opresión de clase sea más gravosa, sino en el sentido de que la naturaleza de la relación de clase modula y define la forma de patriarcado correspondiente. Es decir, los marxistas argumentan que el patriarcado capitalista es distinto al patriarca­do feudal precisamente porque las relaciones capitalistas de producción son de características diferentes a las feudales.

Sobra decir que hay todavía considerable controversia acerca de cuál es exactamente la relación existente entre el patriarcado y las clases [vii], entre la raza y cualquiera de aquellos [viii]. Estas son cuestiones de gran significación teórica y, lo que es más importante, una lucha unitaria contra estas varias formas de opresión tiene verdadero potencial revolucionario.

El capital como una relación social

Tomada en sí misma, una piedra tallada es simplemente una reliquia dé algún antiguo e inexorable proceso geológico. Pero acondicionada como un instrumento cortante es una herramienta, o en un sentido un poco criminal, un arma. Como piedra es un objeto natural, pero como herra­mienta o arma es un objeto eminentemente social cuya morfología natu­ral es portadora de las relaciones sociales que, por así decirlo, han toma­do forma en ella.

Aun cualquier objeto social particular, como una herramienta, puede entrar en muy diferentes conjuntos de relaciones sociales. Por ejemplo, dondequiera que un telar sea utilizado para tejer tela es parte de los me­dios de producción de un proceso de trabajo orientado a hacer tela. Sin embargo, como cualquier actividad laboral, es en sí misma parte de la di­visión social del trabajo; su verdadero sentido solamente puede ser com­prendido si se analiza como parte de una totalidad mayor. El proceso de hacer tela puede ser parte del trabajo colectivo de una familia o comuni­dad en la que la tela se destina al consumo directo; pero, también, la misma gente puede usar el mismo tipo de telar, en una fábrica capitalista en la que el propósito del proceso del trabajo es producir una ganancia para los propietarios. En el caso de la tela producida para uso directo, son las pro­piedades de calidad y durabilidad las que interesan directamente a los productores. Pero en el caso de tela producida en una fábrica capitalista, su propiedad sobresaliente es la ganancia que pueda generar. Todas las demás propiedades son reducidas a simples vehículos para la ganancia y, como sabemos demasiado bien, el empaque del producto puede fácilmen­te desplazar su utilidad real. Por lo tanto, dos procesos de trabajo qué son idénticos técnicamente pueden, no obstante, tener dinámicas sustancial­mente diferentes, precisamente porque existen dentro d– estructuras so­ciales distintas.

El resultado anterior también es válido para las herramientas del proce­so de trabajo. Por ejemplo, tanto en la producción comunitaria como en la capitalista, el telar sirve como medio de producción en un proceso de traba­jo. Pero sólo en el segundo caso también funciona como capital. Lo cual quiere decir que para sus propietarios capitalistas el significado del telar reside no en su carácter de medio de producción, sino en su papel como vehículo hacia la ganancia; mientras que, para los trabajadores que lo ma­nipulan, el telar funciona no como su instrumento, sino como una herra­mienta capitalista adecuada. En realidad, si se mira más de cerca la fábrica capitalista, se ve que no sólo el telar sino también el dinero, la hilaza y aun la capacidad de trabajo, sirven en diferentes instancias como encarnaciones particulares del capital de los propietarios. Esto se debe a que el capital no es una cosa, sino un conjunto definido de relaciones sociales que pertene­cen a un determinado período histórico en el desarrollo de la humanidad y que confieren a las cosas inmersas en ellas su contenido es específico como objetos sociales. Para entender el capital se debe, por lo tanto, descifrar su carácter como relación social [ix].

Capital y clases

La sociedad humana está estructurada por complejas redes de relaciones sociales en las cuales las personas existen y se reproducen. La reproducción de cualquier sociedad requiere no sólo de la reproducción de su gente, sino también de las cosas necesarias para existir como tales y de las relaciones sociales que envuelven tanto a las personas como a las cosas.

Las cosas que las personas necesitan para su existencia diaria forman la base material de la sociedad. Si bien el carácter específico de estas cosas, y aun las necesidades que ellas satisfacen, pueden variar de acuerdo con el tiempo y las circunstancias, ninguna sociedad puede existir durante mucho tiempo sin ellas. Es más, en todas, excepto en la más primitiva de las socie­dades, el grueso de los objetos socialmente necesarios debe ser producido por medio del trabajo humano. La producción y la asignación social de tra­bajo sobre la cual descansa emergen, pues, como aspectos absolutamente fundamentales de la reproducción social. Pero el trabajo social implica ac­tuar sobre la naturaleza mientras se interactúa con otras personas en y me­diante relaciones sociales específicas. El proceso de trabajo termina siendo esencial no sólo para la producción de nueva riqueza sino también para la producción de las relaciones sociales que circunscriben esta producción, si como también para cualesquiera otras relaciones sociales directamente contingentes con ellas.

El último aspecto adquiere significado particular en el caso de las socie­dades de clases. En efecto, una sociedad de clases está estructurada de tal manera que le permite a un grupo de personas vivir del trabajo de las otras. Para que esto sea posible, las clases subordinadas deben no solamente ser capaces de producir más que lo que ellas mismas apropian sino también, de alguna manera, deben ser inducidas a hacerlo con regularidad. En otras palabras, deben ser forzadas a trabajar por más tiempo del que requieren para satisfacer sus propias necesidades, de modo que su trabajo excedente y el correspondiente producto excedente puedan ser usados para el soste­nimiento de sus dominadores. La existencia de las clases dominantes está fundamentada, entonces, sobre la explotación del trabajo y sobre la repro­ducción de las condiciones sociales y materiales de esta explotación. Además, puesto que cualquier proceso como este es fundamentalmente antagó­nico, todas las sociedades de clases están marcadas por una hirviente hosti­lidad entre dominantes y dominados, puntualizada por períodos de moti­nes, rebeliones y revoluciones. Es por esto que las sociedades de clases siempre se basan en la ideología para motivar y racionalizar la división so­cial esencial sobre la que están fundadas, y en la fuerza para proveer la disciplina necesaria cuando todo lo demás falla.

El capitalismo no difiere a este respecto. Es una sociedad de clases, en la que la clase capitalista existe en virtud de su propiedad y control de la gran cantidad de medios de producción de la sociedad. La clase trabajadora está, a su vez, conformada por todos aquellos que han sido “liberados” de la carga de propiedad de medios de producción y deben, por lo tanto, ganar su sustento gracias a la venta de su capacidad de trabajo (fuerza de trabajo) a la clase capitalista. Como Marx lo demostró tan elegantemente, la condi­ción social general para la venta regular de la fuerza de trabajo es que la clase trabajadora en su conjunto sea inducida a ejecutar trabajo excedente, por cuanto este trabajo excedente forma la base de la ganancia capitalista y ésta, a su vez, mantiene a la clase capitalista dispuesta y capaz de reengan­char trabajadores. Y, como la misma historia del capitalismo lo deja en claro frecuentemente, la lucha entre las clases acerca de las condiciones, términos y futuro de sus relaciones ha sido siempre parte integral de su desarrollo [x].

El capital como relación social individual vs el capital como la relación social dominante

En la sección precedente hablamos de la sociedad capitalista ya constituida. Pero ninguna forma social brota de manera completamente acabada. En lu­gar de ello, sus elementos constitutivos deben existir ya en otras socieda­des, de manera dispersa, o bien deben surgir y ser nutridos dentro de la estructura de su predecesor directo. Esta distinción entre los elementos y el todo es importante por cuanto nos permite diferenciar entre el capital como relación social individual y el capitalismo como formación social en donde el capital es la relación social dominante.

El capital como relación social individual se ocupa ante todo de la pro­ducción de ganancia. En su forma más general, esto significa avanzar una suma de dinero D con el fin de recuperar una suma mayor de dinero D’. El circuito de capital general siempre está, por lo tanto, acompañado de los dos polos D y D’ y su magnitud es siempre la medida global de su éxito. Obsérvese que el dinero funciona en este caso como un medio para hacer dinero (es decir, como capital-dinero) más que como simple medio para comprar mercancías para el consumo (esto es, como ingreso monetario). Marx define muchas implicaciones significativas y poderosas a partir de esta diferencia funcional entre capital-dinero e ingreso monetario.

Aun dentro del circuito de capital hay tres posibles rutas diferentes entre sus dos polos. Primera, el capital dinero D puede ser avanzado como un préstamo a cambio de un repago subsecuente D’ que cubre tanto el antici­po original como una suma adicional. Este es el circuito D – D’ de capital financiero, en el cual una suma inicial de dinero aparece creando directa­mente una suma más grande por medio del aparentemente mágico meca­nismo del interés. Segunda, el capital dinero D puede ser utilizado para comprar mercancías M y estas mismas mercancías pueden luego ser reven­didas por más dinero D’ . Este es el circuito D – M – M – D’ de capital comercial, en el cual la doble presencia de M como término intermedio sig­nifica que es el mismo conjunto de mercancías que antes existía como el objeto de compra del capitalista y más tarde como su objeto de (re)venta. En esta oportunidad parece que es el tino del capitalista para “comprar barato y vender caro” el que genera la ganancia del circuito. Finalmente, el capital dinero D puede ser gastado en la compra de mercancías M que compren­dan medios de producción (materiales, planta y equipo) y fuerza de traba­jo; estos últimos elementos son puestos en movimiento como un proceso de producción P y el producto resultante M’ es vendido por capital dinero (ampliado) D’. Este es el circuito de capital industrial D – M… P … M’ – D’, en el cual el término intermedio característico es el del proceso de produc­ción P. En estas circunstancias la habilidad del capitalista para mantener la productividad del trabajo por encima del salario real aparece como fuente de toda ganancia.

Las más antiguas encarnaciones de capital, aún prevalecientes, son las del capital del usurero D – D’ y el capital mercantil D – M – M – D’. Ambas son virtualmente tan viejas como el dinero mismo y han existido por mile­nios en diferentes civilizaciones. Sin embargo, casi siempre aparecen como relaciones parásitas aun en el seno de una sociedad particular, o entre dos o más culturas. Aunque frecuentemente menospreciadas y ocasionalmente te midas, estas actividades individuales eran, no obstante, generalmente tole radas, en la medida en que se ajustaban a la estructura de la formación socia) dentro de la que existían. Fue tan sólo en la Europa feudal, particularmente en Inglaterra, donde estas formas de capital antediluvianas se fusionaron con el capital industrial para constituir la enteramente nueva formación so­cial que denominamos el modo de producción capitalista. Sólo entonces, so­bre la base del trabajo excedente extraído directamente por y para él, encon­tramos al capital como la relación social dominante, y a sus formas indivi­duales como simples momentos particulares del mismo proceso global” [xi].

Las leyes generales del capital

El predominio social del capital da origen a ciertos patrones característicos del modo de producción capitalista.

El primero de estos patrones, la relación de clase entre capital y trabajo, es fundamentalmente antagónica, signada por una lucha intrínseca alrededor de las condiciones y términos de la extracción de trabajo excedente. Aunque siempre esté presente, este antagonismo puede brotar a veces con tal fuerza y ferocidad que llega a sacudir las bases del sistema mismo.

Con el segundo patrón, el capitalismo es una forma de organización social que enfrenta a cada elemento contra algún otro en un clima generali­zado de conflicto. Capitalista contra trabajador en el proceso de trabajo, tra­bajador contra trabajador en la competencia por puestos de trabajo, capita­lista contra capitalista en la batalla por la posición del mercado y las ventas, y nación contra nación en el mercado mundial. Al igual que en la lucha de clases, estos conflictos emergen periódicamente en combate agudo y abier­to entre los participantes, en, las batallas de huelguistas contra esquiroles, de capitalistas contra sus rivales o, aun, en la guerra mundial de un conjun­to de naciones capitalistas contra otras. Precisamente este conflicto real es encubierto por la noción burguesa de “competencia perfecta” [xii].

En tercer lugar, el hecho de que las relaciones entre las personas estén mediatizadas por relaciones entre cosas, proviene de la misma naturaleza de la producción capitalista, en la que se emprenden trabajos individuales únicamente con el ánimo de obtener una ganancia de sus productos. Los diferentes trabajos individuales son articulados en una división social del trabajo solamente bajo la “cubierta objetivada” de sus productos. Los pro­ductos aparecen, entonces, en primer lugar y los siguen los productores. De aquí se deriva el famoso fetichismo de las relaciones mercantiles, que pare­ce ser una propiedad natural de todos los objetos más que una forma histó­rica especifica de evaluar el contenido social de los trabajos que los produ­cen (véase la sección “Trabajo concreto y trabajo abstracto” del Capítulo 2).

El cuarto punto se deriva directamente del tercero. Como se indicó arri­ba, bajo las relaciones de producción capitalistas los procesos individuales de trabajo se llevan a cabo con la esperanza de obtener una ganancia priva­da sin ninguna consideración previa de la división social del trabajo. Pero cualquier articulación de tales trabajos puede sobrevivir solamente si, por casualidad, reproducen colectivamente las bases materiales Y sociales de su existencia: la sociedad capitalista, como toda sociedad, requiere un modelo particular de trabajo con el fin de reproducir su estructura general. Por lo tanto, bajo la producción capitalista los distintos trabajos individuales ter­minan siendo forzosamente articulados en una división social del trabajo en continuo movimiento, por medio de un proceso de ensayo y error, de ampliación y contracción, de discrepancia, discontinuidad y aun rupturas ocasionales en el proceso de reproducción. Este patrón de aparente anar­quía, regulado por leyes de movimiento internas, es la forma peculiar de la reproducción capitalista. Nótese cuán diferente es este concepto del de equilibrio general, donde el proceso en conjunto se reduce a una éstasis in­mediata y perfecta.

El quinto punto proviene del hecho de que la producción capitalista es guiada por la ganancia. Cada capitalista es impulsado a buscar y agrandar la brecha entre el avance inicial D y el retorno final D’; los que sean más exitosos prosperan y crecen, quienes queden rezagados pronto enfrentarán el espectro de la extinción. Dentro del proceso de trabajo, esto se evidencia en la tendencia a prolongar la duración e intensidad de la jornada de traba­jo hasta sus límites sociales, mientras, al mismo tiempo y constantemente se persigue reformar el proceso de trabajo según patrones que sean aún más “racionales” desde el punto de vista del capital. Esta compulsión es respon­sable directa del papel históricamente revolucionario del capitalismo a ele­var la productividad del trabajo a nuevos niveles. La racionalidad capitalis­ta se expresa de manera más perfecta en la rutinización de la producción, en la reducción de actividades humanas a operaciones repetitivas y auto­máticas, y en el posible reemplazo de las líneas de trabajo-humano-máquina por máquinas reales. Como Marx señala, la llamada Revolución Industrial es tan sólo la señal, no la causa, del advenimiento de las relaciones de pro­ducción capitalistas. Y si bien, antes la herramienta era un instrumento de trabajo, ahora es el trabajador un instrumento de la máquina [xiii].

Concepción del capital en la economía ortodoxa

En la economía ortodoxa el término “capital” generalmente se refiere a los medios de producción; en ella se afirma que el capital, conjuntamente con el trabajo, existe en toda sociedad. Desde este punto de vista, las formas sociales deben distinguirse por la manera como los factores de producción, el capital y el trabajo, sean puestos conjuntamente a trabajar de acuerdo con sus respectivas disposiciones. El capitalismo es definido como un sistema que utiliza el mercado para acometer esta tarea en el contexto de la propie­dad privada de los medios de producción [xiv].

Al tratar la actividad laboral humana como un factor de producción a la par con materias primas y herramientas, por ende como una cosa, la econo­mía ortodoxa logra reducir el proceso de trabajo a una relación técnica entre los llamados insumos y productos (es decir, una función de producción). De ese modo se pierden de vista todas las luchas sobre los términos y con­diciones del trabajo.

Además, una vez el trabajo es definido como un factor de producción, cada individuo (en uso de sus capacidades) es propietario por lo menos de un factor. Desde luego, algunos pueden ser lo suficientemente afortunados para poseer también grandes cantidades de capital. Pero este es un simple detalle de la distribución de “dotaciones iniciales”, aspecto sobre el cual la economía ortodoxa se mantiene cautelosamente neutral. En cambio sí importa que, bajo el capitalismo, la idea según la cual cada uno es propietario de un factor de producción sea indicio de una cualidad inherente a los indi­viduos. Cualquier referencia al concepto de clase es por lo tanto bloqueada desde un comienzo.

Se desprende de esto que, debido a que el trabajo es tan sólo uno de los factores de la producción que los individuos son libres de utilizar en la for­ma como escojan, no se puede decir que este trabajo -siendo una cosa- sea explotado. La explotación del trabajo queda fuera de escena, para ser rem­plazada por la noción de cooperación entre capital y trabajo, cada uno de los cuales contribuye con su componente al producto, y recibe, a su vez, su retribución proporcional (como consta en las teorías de la distribución ba­sada en la productividad marginal). Con esto queda completa la santifica­ción del capitalismo.

Límites históricos del capital como relación social

El último aspecto general tiene que ver con la especificidad histórica de la producción capitalista. Por un lado, el capitalismo es una estructura social poderosa y altamente flexible que ha desarrollado sus fuerzas productivas hasta alturas extraordinarias y ha probado que por sí mismo es capaz de disolver o destruir todas las formas sociales anteriores. Su naturaleza inhe­rentemente expansiva lo ha llevado a la creación de grandes cantidades de riqueza y a un dominio que se extiende por todo el Globo. Pero por otro lado, este mismo aspecto progresivo alienta un lado oscuro y enormemente destructivo cuya naturaleza se aclara de manera particular cuándo es vista a escala mundial. La relación capital-trabajo es profundamente desigual y la concentración y centralización del capital que acompaña el desarrollo capi­talista tan sólo profundiza la desigualdad. La lucha competitiva de todos contra todos crea un carácter social alienado y egoísta, que aprisiona a cada quien en una atmósfera de sospecha y tensión, y amontona sus miserias pre­cisamente sobre quienes están en las posiciones más débiles. Finalmente, a medida que el capitalismo se desarrolla, también lo hace su nivel de mecani­zación, de tal manera que es progresivamente menos capaz de absorber tra­bajo. En los países capitalistas desarrollados esto se manifiesta en una masa creciente de gente desempleada a cualquier tasa “natural” de desempleo da­da. En el Tercer Mundo, a medida que la penetración de relaciones capitalis­tas asuela las formas sociales anteriores, los procesos mecanizados que las remplazan tan sólo son capaces de capturar una fracción del gran número “dejado libre” previamente. La creciente productividad de la producción ca­pitalista es acompañada de un foso creciente de trabajo superfluo alrededor del Globo. La presencia de hambrientas masas en el Tercer Mundo, así como de poblaciones flotantes de desempleados en el mundo capitalista desarro­llado, son amargas advertencias de estas tendencias inherentes.

La anterior perspectiva recuerda forzosamente que el capitalismo es tan sólo una forma histórica particular de organización social, sujeta a profundas contradicciones que son inherentes a la estructura de su exis­tencia. Precisamente, debido a que estas contradicciones están incorpora­das, cualquier lucha exitosa contra sus efectos destructivos debe ir más allá de las reformas, al rechazo de su misma estructura. En el siglo XX tales esfuerzos han tomado una gran variedad de formas, que van desde el llamado socialismo parlamentario hasta la revolución socialista. Sea lo que sea lo que podamos pensar de las fortalezas y debilidades de estos novedosos movi­mientos sociales, la tendencia general es parte de un proceso humano de vieja data. La historia nos enseña que ninguna forma social dura por siem­pre. Y el capital, en tanta relación social, no es la excepción de esta regla.

Ganancia y plusvalía

La rentabilidad regula la salud de la sociedad capitalista. A este respecto, Marx identifica dos fuentes distintas de ganancia. Ganancia por_transferen­cia (o incluso apropiación violenta) de riqueza, que domina el período mer­cantilista. Y ganancia por la producción de plusvalía, que viene a tener pro­minencia en la época del capital–industrial. Puesto que las actividades co­merciales pueden estar ligadas a cualquier fuente de ganancia es útil comenzar con las ganancias comerciales.

La ganancia comercial individual se presenta dondequiera que una mer­cancía sea revendida en busca de ganancia. Para el comerciante que adquie­re una mercancía por £100 y la revende por £200, lo que determina su ga­nancia (que cubre costos comerciales y beneficios) es su habilidad empresa­rial para “comprar barato y vender caro”. Pero desde la perspectiva del sis­tema en su conjunto, la cadena de transacciones desde la venta inicial hasta la final, simplemente sirve para dividir el precio de venta total entre los diferentes negociantes, incluido el comerciante. Esto es cierto aun, si las transacciones son justas o injustas, libres o forzadas.

La ganancia del comerciante es su “balance del excedente comercial”. Pero es esencial distinguir entre una situación en la que el “balance de co­mercio “global” es cero debido a que el excedente del comerciante es compensado por un déficit correspondiente en cualquier parte de la cadena; y otra, en la que el balance total es positivo a causa de que la ganancia del comerciante es solamente su participación particular en algún excedente global cuyo origen descansa, por lo tanto, fuera de las actividades de co­mercio mismas. El primer caso corresponde a la ganancia por la transferen­cia de riqueza, y el último a la ganancia por la producción de plusvalía. A continuación consideraremos cada una por separado.

Ganancia por transferencia de riqueza

La existencia de un amplio sistema de ganancia debido a la transferencia de riqueza es misteriosa ya que el excedente del comerciante no parece ser compensado por algún déficit correspondiente. Supongamos que comer­ciantes capitalistas intercambian bienes que adquieren por £100 a los co­merciantes de una comunidad no capitalista o tribu y luego los revenden por £200. Este trueque deja la riqueza conjunta de los participantes intacta. Sin embargo, da origen a una ganancia del lado capitalista sin ninguna pér­dida correspondiente del lado no capitalista, así que aparece una ganancia neta para el sistema como un todo. ¿Cómo es posible esto?

La participación de la tribu en el comercio puede ser motivada por mie­do, por consideraciones rituales o por la esperanza de conseguir objetos que sean socialmente más deseables. En todos los casos subyace una va­luación social del comercio. Pero, para los comerciantes, lo importante es que los objetos tribales adquiridos puedan ser revendidos para lograr una ganancia monetaria. En terminología de Marx, la tribu opera dentro del circuito simple de mercancías M – M’, en el que un conjunto de valores de uso M es intercambiado por otro conjunto útil M’ , mientras que los co­merciantes operan dentro del circuito del capital D – M – M’- D’ donde una suma de dinero D = £100 es finalmente transformada en una suma más grande D’ = £200, por medio del intercambio de un conjunto de va­lores de uso M por otro más valioso M’.

Estos circuitos forman los dos polos de la transacción. Sin embargo, da­do que sólo uno de los polos es estimado en términos monetarios, cualquier ganancia monetaria que sé registre no tiene contraparte en el otro polo. Una ganancia monetaria neta puede aparecer solamente para el sistema como un todo. Nótese que ésta no sería la situación si los dos polos fueran trata­dos en los mismos términos. Si los bienes de la tribu fueran valorados a su precio final de venta de £200, sería obvio que la tribu habría intercambiado un conjunto de mercancías con valor de £200 por otro con valor de £100 tan sólo, perdiendo, por lo tanto, exactamente lo mismo que ganan los co­merciantes en términos monetarios. Al final, la desigualdad del intercam­bio está a la base de la ganancia por transferencia de riqueza (ganancia de enajenación) [xv].

Es interesante observar de qué manera la economía neoclásica tiende a tratar la ganancia como simple ganancia de enajenación, razón por la que el análisis del “intercambio puro” ocupa una posición tan prominente en la teoría. Por ejemplo, una representación clásica describe un campo de prisio­neros de guerra en el que todos los prisioneros reciben (de la Cruz Roja) paquetes iguales de mercancías. Un empresario que se encuentra entre los prisioneros sirve de intermediario para realizar una distribución más con­veniente de la masa total de mercancías, una parte de las cuales guarda para sí como su propia recompensa. Puesto que todos los otros prisioneros ganan en términos de sus respectivas utilidades subjetivas (por lo tanto no comparables), la porción de la dotación colectiva que se gana el empresario no es tratada como pérdida para ellos. Por otra parte, el empresario conta­biliza precisamente esta riqueza transferida como su ganancia. Con un polo de la transacción puesto en la utilidad subjetiva y el otro en el beneficio material, la ganancia parece haber sido creada del aire. En vez dé intentar disolver esta falsa apariencia, la economía neoclásica se concentra en pre­sentar la ganancia como la justa recompensa de la clase capitalista [xvi].

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