La teoría del dinero:
dinero-mercancía, dinero “ideal”, dinero “real”
Por
Ghislain Deleplace
La teoría monetaria
atribuida generalmente a Marx descansa sobre la idea según la cual el dinero es
una mercancía especial (1). Se sostendrá aquí que Marx proporciona argumentos
para considerar el dinero como una condición de la existencia de las mercancías
sin que ella misma lo sea. El dinero se presente entonces como unidad de cuenta
(“dinero ideal”) y medio de compra (“dinero real”). Esta teoría monetaria aún
permanece inacabada pero es específica.
1. El dinero-mercancía
El punto de partida del
análisis es el papel del dinero en la homogeneización de los trabajos privados.
Este análisis lleva a un estudio de las “formas del valor” donde Marx intenta
la integración del dinero en la teoría del valor.
A. Dinero y
heterogeneidad de los trabajos
El dinero es para Marx
aquello que, en el intercambio, permite hacer conmensurables las mercancías
heterogéneas a través de sus valores de uso y, por tanto, se trata de hacerlas
existir como magnitudes de valor. Dado que a la pareja valor de uso/valor Marx
le hace corresponder la pareja trabajo concreto (privado)/trabajo abstracto
(social), el dinero aparece también como lo que permite hacer conmensurables
los trabajos privados heterogéneos y, por lo tanto, dichos trabajos aparecen
como cantidades de trabajo social. Pero esto es una consecuencia de ello, y no
su causa. A pesar de la importancia que Marx atribuye al trabajo como
“sustancia” del valor, la constitución de la unidad social (el valor) se hace a
través de la evaluación de las mercancías en dinero en el momento del
intercambio, y no por la evaluación de los trabajos en dinero cuando estos se
intercambian en la relación salarial. La prueba es que el dinero es introducido
por Marx desde el análisis del intercambio, en el capítulo 1 de El Capital,
mucho antes de la introducción del salario (que sólo se hace en el capítulo 6).
Se trata de una diferencia evidente con Ricardo. En la agregación de las
distintas cantidades de trabajo incorporadas en las mercancías, Ricardo
encuentra también el problema de la proporcionalidad del trabajo: las horas
proporcionadas por los diferentes trabajadores no deben ser contabilizadas de
la misma manera. Ricardo resuelve este problema, después de Smith, suponiendo
que la escala dada de salarios constituye una aproximación aceptable de la
jerarquía de los trabajos (2): si a un trabajador se le paga dos veces el
salario de base, la hora de trabajo que el proporciona debe ser contabilizada por
el doble de la hora ordinaria. Es pues la relación salarial misma la que
proporciona los diferentes trabajos. Esto sucede de manera distinta en Marx:
esta tarea incumbe, no al intercambio de los trabajos sino al intercambio de
sus productos; y el dinero que es el instrumento de esta manera social
particular de contar el trabajo empleado en la producción de un objeto
desempeña este papel como medio de intercambio general y no como medio de pago
de los salarios.
Pero al mismo tiempo se
tiene el presentimiento que la referencia al trabajo ya no es necesaria para la
comprensión del dinero, como tampoco lo es para la comprensión del valor. Es lo
que se verificará con las dificultades encontradas por Marx para caracterizar
el trabajo del productor y de lo que es el dinero por excelencia: el oro. En el
estudio del intercambio en general, considerado como relación social, que puede
descubrirse la naturaleza del dinero, y no en el análisis de las
características del trabajo, cualquiera sea su forma (asalariada o no). Ahora,
es precisamente este rol del dinero para expresar el valor de las mercancías en
las transacciones que, según Marx, los economistas (incluso los mejores) han
sido incapaces de analizar:
Una de las fallas
fundamentales de la economía política clásica es que nunca logro desentrañar,
partiendo del análisis de la mercancía y más específicamente del valor de la
misma, la forma del valor, la forma misma que hace de él un valor de cambio.
Precisamente en el caso de sus mejores expositores, como Adam Smith y Ricardo,
trata la forma del valor como cosa completamente indiferente, o incluso
exterior a la naturaleza de la mercancía. Ello no solo se debe a que el
análisis centrado en la magnitud del valor absorba por entero su atención.
Obedece a una razón más profunda. La forma del valor asumida por el producto
del trabajo es la forma más abstracta, pero también la más general, del modo de
producción burgués, que de tal manera queda caracterizado con tipo particular
de producción social y con esto, a la vez como algo histórico. Si nos
confundimos y la tomamos por la forma natural eterna de la producción social,
pasaremos también por alto, necesariamente, lo que hay de específico en la
forma de valor y por tanto en la forma de la mercancía, desarrollada luego en la
forma de dinero, la de capital (p.98-99, nota 32).
Se observará que para
Marx, la debilidad de los economistas clásicos reside en su incapacidad de
“desarrollar” una teoría del valor de cambio a través de una teoría monetaria.
El estudio de ésta, tanto antes de Marx como después, confirma lo acertado de
este punto de vista. Sin embargo, es necesario preguntarse si Marx tuvo más
éxito en este “desarrollo”. En todo caso Marx concede a esta cuestión una
atención mucho más marcada que sus predecesores o sucesores (con la excepción
notable de Keynes), ya que su teoría del dinero aparece desde las primeras
páginas de El Capital, con el análisis de las “formas del valor”.
B. Las “formas del
valor”
Marx introdujo el
dinero en la teoría del valor examinando sucesivamente las diferentes “formas”
bajo las cuales el valor de una mercancía se manifiesta. Una “forma del valor”
es la forma concreta que ese valor adopta en el intercambio, como la imagen de
un cuerpo que se refleja en un espejo, que no es más que el valor de cambio de
la mercancía, y la distinción entre estas diferentes “formas” se refiere
simplemente a lo que sirve para medir este valor de cambio. Marx distingue
cuatro “formas”:
I. La “forma simple o
accidental”: el valor de cambio de i es una cantidad de una mercancía j
cualquiera contra la cual ella se cambia.
II. La “forma
desarrollada”: el valor de cambio de i es la serie de las cantidades de las
mercancías 1 … j … n contra las cuales ella se cambia: El valor de una
mercancía, por ejemplo el lienzo, queda expresado ahora en otros innumerables
elementos del mundo de las mercancías. Todo cuerpo de una mercancía se
convierte en espejo del valor del lienzo (p.77).
III. La “forma
general”: ahora son los valores de cambio de las mercancías 1 … j … n que son
medidos por cantidades de i, que es su unidad de medida común o “equivalente
general”: las mercancías se manifiestan ahora no sólo como cualitativamente
iguales, como valores en general, sino, a la vez, como magnitudes de valor
comparables cuantitativamente. Como aquellas ven reflejadas sus magnitudes de
valor en un único material, en lienzo, dichas magnitudes de valor se reflejan
recíprocamente, unas a otras (p.82).
IV. La “forma dinero u
oro”: el valor de cambio se convierte en el precio monetario; el “equivalente
general” de todas las mercancías ya no es un mercancía i arbitraria, sino esta
mercancía que la sociedad ha consagrado como dinero, el oro: La forma IV, al
contrario, no se distingue en nada de la forma III, si no es en que ahora, en
vez del lienzo, es el oro el que reviste la forma de equivalente general. El
progreso consiste tan solo en que ahora la forma de intercambiabilidad general
directa, o la forma de equivalente general, se ha soldado de modo definitivo,
por la costumbre social, con la específica forma natural de la mercancía oro
(p.85-86).
¿En qué difiere este
análisis de las “formas del valor” de la relación entre el valor y el dinero de
los economistas clásicos? Difiere en un aspecto importante: Tanto en Smith como
en Ricardo, el problema de la medida del valor de cambio (el patrón) es
separado del problema del medio de cambio (dinero)(3). Si el primer problema es
esencial para la elaboración de una teoría de los precios relativos, el segundo
no puede ser articulado a esta última teoría de una manera satisfactoria, de
tal manera que el valor de cambio sigue siendo real. En Marx, la única unidad
de medida del valor de cambio socialmente reconocida es el medio de cambio, es
decir el dinero; y la existencia de intercambio monetario es la negación de una
ficción atribuida por Marx a los economistas clásicos: el intercambio de
trueque. Al respecto Marx escribe:
Cabría imaginarse, por
consiguiente, que se podría grabar en todas las mercancías, a la vez, la
impronta de ser directamente intercambiables, tal como cabría conjeturar que es
posible convertir a todo católico en el papa. Para el pequeño burgués, que ve
en la producción de mercancías el nec plus ultra (extremo insuperable) de la
libertad, humana y de la independencia individual (p.84, nota 24).
Pero parece
contradictorio, como lo hace Marx, querer deducir la “forma monetaria del
valor” de su “forma simple”, de la misma manera que en Smith el intercambio
monetario aparece como la generalización del intercambio de trueque (4). Marx
vio claramente que el desafío de este enfoque es el tratamiento de dinero como
una mercancía. En el análisis de las formas del valor, el punto nodal es la
transición de la forma II a la forma III, que hace aparecer el concepto de
equivalente general. La forma IV “no difiere en nada”, dijo Marx, de la forma
III, salvo la sustitución de i por el oro. Que el dinero sea así deducido del
equivalente general implica suponer que tiene un valor y que es una mercancía
igual que los “espejos” utilizados para las formas I y II. El dinero es incluso
la mercancía por excelencia puesto que el equivalente general es, de acuerdo
con la cita tomada de Marx (1859), un “trabajo general materializado”.
El análisis de las
“formas del valor” lleva a la conclusión siguiente: el dinero es integrado por
Marx en su teoría del valor como una mercancía. Ahora Marx debe, como cualquier
autor, plantearse la siguiente pregunta: ¿esta integración es exitosa, es
decir, es coherente tanto con la teoría del valor como con la definición de
dinero?
2. El dinero, condición
de existencia de las mercancías
La crítica de la
integración del dinero en la teoría del valor es realizada por Marx a partir
del capítulo 2 de El Capital (titulado “El proceso del intercambio”). Esta
crítica se apoya, no sin ambigüedades, sobre la “exclusión” del dinero y
aparece contradictoria con el deseo de mantenerle al dinero un estatus de
mercancía a través del “trueque del oro”.
A. El dinero, mercancía
“excluida”
El punto de partida del
capítulo 2 es la afirmación según la cual la concepción del intercambio es una
relación social entre propietarios privados. Volvemos a encontrar la cita de la
sección anterior:
Para vincular esas
cosas entre sí como mercancías, los custodios de las mismas deben relacionarse
mutuamente como personas cuya voluntad reside en dichos objetos, de tal suerte
que el uno, solo con la voluntad del otro, o sea mediante un acto voluntario
común a ambos, va a apropiarse de la mercancía ajena al enajenar la propia. Los
dos, por consiguiente, deben reconocerse uno al otro como propietarios privados
(p.103).
La naturaleza del
intercambio combina dos actos voluntarios:
– Como comprador, el
individuo es atraído por el valor de uso de la mercancía que compra (la cual no
tiene ningún valor de uso para su vendedor). Se trata solamente de una cuestión
de gustos y el intercambio no es para el más que un asunto individual (p.105).
– Como vendedor, el
individuo quiere realizar el valor de la mercancía que posee,
independientemente de la razón por la cual otro individuo se la compra. Se
trata de la cuestión de la evaluación por los demás y el intercambio es para él
un proceso social general (p.105).
Considerado así, el
intercambio no puede existir:
Pero el mismo proceso
no puede ser a un mismo tiempo, para todos los poseedores de mercancías,
exclusivamente individual y a la vez exclusivamente social general. Si
examinamos el punto más de cerca, veremos que a todo poseedor de mercancías
toda mercancía ajena se le presenta como equivalente particular de la suya, y
ésta como equivalente general de todas las demás. Pero como esto se aplica
igualmente a todos los poseedores de mercancías, ninguna de ellas es
equivalente general y, en consecuencia, las mercancías no poseen una forma de
valor relativa general en la que puedan equipararse los valores, compararse en
cuanto magnitudes de valor. Las mercancías, pues, en absoluto se enfrentan
entre sí como mercancías, sino solamente como productos o valores de uso
(p.105).
Esta afirmación es una
crítica lúcida de la idea, expresada por Marx en el capítulo 1, según la cual
las formas no monetarias del valor son relevantes para la comprensión de una
sociedad de mercado. La expresión de los valores de las mercancías exige una
medida común de todos los trabajos privados; las relaciones espontáneas entre
los individuos generan tantas medidas posibles de las mercancías que no puede
haber ninguna que sea común. Estas medidas sólo son subjetivas y las relaciones
de trueque entre los agentes privados no tienen un carácter social.
Para que el intercambio
pueda ser una relación social (o, dicho de otra manera, que una sociedad de
mercado pueda existir), algo debe ocurrir que no sea un simple “desarrollo” de
las relaciones de trueque entre individuos. En contraste con lo que Marx
escribió en el capítulo 1, “la forma dinero” del valor IV no es un “progreso”
de la “forma valor general” III (y, en consecuencia, de las formas “simple” I y
“desarrollada” II). La “forma dinero” constituye una ruptura fundamental que
cambia completamente la naturaleza del intercambio. ¿Qué fue lo que ocurrió
entonces? Responde Marx:
Solo un acto social
puede convertir a una mercancía determinada en equivalente general. Por eso la
acción social de todas las demás mercancías aparta de las mismas una mercancía
determinada, en las cuales todas ellas representan sus valores. Su carácter de
ser equivalente general se convierte, a través del proceso social, en función
específicamente social de la mercancía apartada. Es de este modo como se
convierte en dinero (p.106).
Se nota la ambigüedad de
estas frases. Por un lado, el dinero es concebido como equivalente general, y
como tal, es una “mercancía especial”. Por otro lado, es el “resultado de una
acción social” específica que lo “excluye”. Esta “acción social” no tiene nada
con un proceso histórico (como en Smith) en el cual la humanidad descubriría
progresivamente que los metales preciosos tienen propiedades naturales que los
hacen elegibles para desempeñar la función de medio de cambio, transformando
así una economía de trueque en una economía monetaria. El dinero interviene en
el funcionamiento regular de la sociedad de mercado: es en el proceso de la
creación de dinero que, según Marx, una mercancía (el oro) llega a ser dinero:
La dificultad no
estriba en comprender que el dinero es mercancía, sino en cómo, por qué por
intermedio de qué una mercancía es dinero” (p.112).
Pero ¿cómo el oro llega
a ser dinero? Pues a través de su propio trueque.
B. El “trueque del oro”
De acuerdo con Marx,
dado que el dinero es una mercancía, entonces se le aplica una teoría del valor
como a cualquier otra mercancía:
Al igual que todas las
mercancías, el dinero solo puede expresar su propia magnitud de valor
relativamente, en otras mercancías. Su propio valor lo determina el tiempo de
trabajo requerido para su producción y se expresa en la cantidad de toda otra
mercancía en la que se haya solidificado el mismo tiempo de trabajo. Esta
fijación de su magnitud relativa de valor se verifica en su fuente de
producción, por medio del trueque directo. No bien entra en la circulación como
dinero, su valor ya está dado (p.112).
Esta afirmación es
repetida en el capítulo 3, cuando es analizado el medio de circulación:
Para que el oro
funcione en cuanto dinero, tiene que ingresar, naturalmente, por algún punto
cualquiera en el mercado. Ese punto está en su fuente de producción, donde,
como producto directo del trabajo, se intercambia por otro producto laboral de
valor idéntico (p.133).
A diferencia de otras
mercancías para las cuales el trueque no tiene carácter social sino que es una
relación puramente privada, el trueque del oro (es decir el intercambio que
hace su productor contra cualquier otra mercancía) es la “acción social” a
través de la cual se crea el dinero. Aquí residiría la “especialidad” de la
mercancía-dinero. Esta afirmación es sorprendente si se la compara con la
insistencia de Marx en el “doble carácter” del trabajo (privado y social). El
trabajo del productor de oro está, en efecto, desprovisto de este doble
carácter, pues ocurre solo una de dos cosas:
– O el trabajo del
productor de oro es inmediatamente social en el momento en el cual es gastado,
lo que permite a las mercancías intercambiadas contra este trabajo expresar su
valor, pero este trabajo no es, por definición, jamás privado;
– O es el oro producido
por trabajo privado, pero este trabajo no puede ser evaluado socialmente cuando
se hace trueque contra un bien cualquiera puesto que sólo el intercambio contra
dinero permite tal evaluación.
En la ausencia del
doble carácter del trabajo que lo produce, el oro que es trocado al momento de
salir de la mina no puede ser considerado como una mercancía. Tal trueque es
una relación puramente privada entre el productor de oro y el poseedor del bien
intercambiado, sin ningún contenido social. La identificación de la “acción
social” en la cual “una mercancía llega a ser dinero” se queda corta. El dinero
no es pues la consecuencia (como quería establecerlo Marx con su teoría de las
“formas de valor”) de la existencia de las mercancías, sino al contrario su
condición. El dinero no puede ser deducido del valor, sino que es la condición
de la evaluación social de los individuos en la sociedad de mercado. Observamos
que esta sorprendente conclusión no se alcanza mediante la exclusión del
trabajo de la teoría del valor, como se había sugerido hacerlo, sino apoyándose
en el “doble carácter del trabajo” subrayado por Marx. Evidentemente, el
resultado habría sido el mismo si en lugar del productor de oro se hubiera
considerado el poseedor de oro, para hacernos la pregunta de su doble carácter
de persona privada y de individuo social: hablar de la división social del
trabajo, es en efecto, hablar de una sociedad de propiedad privada.
3. La unidad de cuenta
y el medio de compra
El análisis anterior
lleva a rechazar una concepción del dinero-mercancía, aún considerándolo como
“especial”. Este rechazo va más allá de la simple constatación del fracaso de
Marx en la integración del dinero en su teoría del valor, el mismo fracaso de
los demás economistas. Esto se debe a que, persiguiendo un objetivo
inalcanzable, se plantean dos cuestiones fundamentales: por un lado, el dinero
como unidad de cuenta (que es la condición de la evaluación social de los
individuos) y, por otro lado, la creación monetaria (¿cuál es el procedimiento
–“la acción social”- que permite a un objeto -el oro- convertirse en dinero?).
Ambas cuestiones deben ser tratadas en conjunto: el dinero es la condición del
intercambio como relación social ya que proporciona una medida común de las
mercancías y de sus propietarios, pero no es creado a través de un intercambio.
Para entender cómo se crea el dinero, debemos examinarlo bajo dos aspectos: la
unidad de cuenta y el medio de compra, lo que revela una posibilidad de crisis.
A. El “dinero ideal”
(la unidad de cuenta)
El valor de las
mercancías, como se ha visto, debe “manifestarse en las transacciones
sociales”. ¿Cómo? Ese es el objeto del capítulo 3 de El Capital: “El dinero o
la circulación de mercancías” a lo largo del cual los términos “oro” y “dinero”
son utilizados indiferentemente puesto que, con el objeto de simplificar, [se
parte] del supuesto de que el oro es la mercancía dineraria (p.115). Cuando el
poseedor de la mercancía se presenta en el mercado, él le atribuye un “precio
ideal”, es decir, una cantidad definida de esta unidad de medida del valor de
cambio socialmente reconocida, el dinero:
El precio o la forma
dineraria del valor característica de las mercancías es, al igual que su forma
de valor en general, una forma ideal o figurada, diferente de su forma corpórea
real y palpable. El valor del hierro, del lienzo, del trigo, etc., aunque
invisible, existe en esas cosas mismas; se lo representa mediante su igualdad
con el oro, mediante una relación con el oro, la cual, por así decirlo, es sólo
como un duende que anduviera en sus cabezas. De ahí que el custodio de las
mercancías tenga que prestarles su propia lengua, o bien colgarles un rótulo,
para comunicar sus precios al mundo exterior (p.116-117).
Para que el comerciante
“anuncie su precio”, el dinero es necesario, pero solamente bajo una forma
“ideal”: Como la expresión de los valores mercantiles en oro es ideal, el oro
que se emplea en esta operación es también puramente figurado o ideal. […] En
su función de medida del valor, por consiguiente, el dinero sirve como dinero
puramente figurado o ideal (p.117). Este “dinero ideal” es simplemente la
unidad de cuenta que proporciona el lenguaje común en el cual los precios de
las mercancías deben ser medidos para que sus valores puedan expresarse cuando
ellas entran en el intercambio: Las mercancías se dicen así lo que valen, en
sus nombres dinerarios, y el dinero sirve como dinero de cuenta toda vez que
corresponde fijar una cosa como valor, y por tanto fijarla bajo un forma
dineraria (p.123).
Para ser común, este lenguaje
debe ser único, lo que excluye la coexistencia de dos unidades de cuenta: la
duplicación de la medida del valor contradice la función de la misma (p.118).
Observamos que la función de unidad de cuenta hace parte en Marx de la
definición de dinero; esto contrasta con su ausencia en la economía política
tanto clásica como marginalista, donde la medida de los valores de cambio es no
monetaria (habrá que esperar a Keynes, 1930, y por supuesto, a Keynes, 1936,
para reencontrar un análisis monetario fundado en la unidad de cuenta).
B. El “dinero real” (el
medio de pago)
Esta expresión del
valor de las mercancías “anunciado” por su vendedor es meramente “ideal”. Por
un lado, la mercancía tiene una forma completamente real (“la rudeza de su
cuerpo” se entiende en la cita de mistress Quickly), pero no social puesto que
está desprovista de una medida común. Por otro lado, tiene una forma social (su
precio en dinero), pero meramente “ideal” hasta tanto la venta no haya
concluido. La mercancía es realmente valor de uso; su carácter de ser valor se
pone de manifiesto sólo de manera ideal en el precio, que la refiere al término
opuesto, al oro, como su figura real de valor (p.128). En efecto no es sino
porque su vendedor la estima en un cierto precio en dinero que los compradores
están dispuestos a pagarla. La prueba es pues que el precio “ideal” propuesto
por el vendedor se convierte en “real”, debido a que la venta se realiza
efectivamente a este precio, contra la entrega de un dinero que ya no es unidad
de cuenta (“dinero ideal”), sino medio de compra (“dinero real”):
La realización del
precio o de la forma de valor sólo ideal de la mercancía, es a la vez, y a la
inversa, realización del valor de uso sólo ideal del dinero. […] Si el oro se
transformó en dinero ideal o medida del valor, ello obedeció a que todas las
mercancías midieron en oro sus valores, convirtiéndolo así en contraparte
figurada de la figura de unos de ellas, en la figura que reviste el valor de
las mismas. El oro deviene dinero real porque las mercancías, a través de su
enajenación generalizada, lo convierten en la figura de uso efectivamente
enajenada o transformada de ellas mismas, y por tanto en su figura efectiva de
valor. En su figura de valor, la mercancía hace desaparecer todas las huellas de
su valor de uso natural y del trabajo útil particular al que debe su origen,
para devenir esa crisálida que es solo concreción material social uniforme de
trabajo humano diferenciado. El aspecto exterior del dinero, pues, no da margen
para descubrir de qué tipo era la mercancía convertida en él. En su forma
dineraria, la una tiene exactamente la misma apariencia que la otra. Por
consiguiente, bien puede ser que el dinero sea una basura pero la basura no es
dinero (p.132-134).
¿En qué condiciones se
puede producir la “realización” del precio “ideal”? En otras palabras, ¿en qué
condiciones el precio monetario efectivamente constatado en el intercambio (la
cantidad de dinero-medio de compra por unidad de mercancía intercambiada) es
igual al precio monetario esperado por el vendedor (la cantidad de
dinero-unidad de cuenta por unidad de mercancía ofrecida a la venta)?
Claramente, la presencia de un poder de compra monetario en las manos de los
compradores es una condición necesaria pero no suficiente; es necesario que
este poder de compra sea precisamente aquel que asegura esta igualdad. En los
términos usuales de los economistas, es necesario que la confrontación de la
oferta y de la demanda conduzca a la formación de un precio monetario de la
mercancía igual al precio esperado por el oferente.
Así que necesitamos en
este momento de una teoría de la formación de los precios monetarios de las
mercancías. ¿Cuál es la que Marx propone? Sorprendentemente, no hay respuesta a
esta pregunta en el capítulo 3, mientras que se percibe que la teoría del
dinero (unidad de cuenta y medio de compra) se confunde ahora con la teoría del
precio (“ideal” y “realizado”). En otras palabras, ya no se trata, como lo ha
intentado vanamente hacerlo Marx en su análisis de las “formas del valor”, de
integrar la teoría del dinero en la teoría del valor sino de elaborar una
teoría del dinero que sea al mismo tiempo una teoría del precio. ¿Por qué pues
Marx no afronta esta cuestión en este punto de El Capital? Es de suponer que
está deseoso de pasar del análisis de la mercancía al del capital (lo que él
hace a partir del capítulo 4), y estima que es más importante el resto Capítulo
3 para analizar otras funciones del dinero: el “medio de circulación” a nivel
macroeconómico (con la determinación del nivel general de precios y de la
velocidad de circulación del dinero) ; el “medio de atesoramiento” (reserva de
valor) (4); el “medio de pago” (en el comercio a crédito) y el “dinero
universal” (medio de ajuste de cuentas internacionales). Al hacerlo, Marx se
encierra en un análisis funcional del dinero que lo aleja de la teoría de los
precios.
C. El “salto mortal de
la mercancía” (la posibilidad de crisis)
Poniendo en un mismo
escenario la cuestión de la relación entre el dinero “ideal” (unidad de cuenta)
y dinero “real” (medio de pago) y aquella de la relación entre precio “ideal”
(esperado por el vendedor) y precio “realizado” (efectivo), Marx se da cuenta
de que el precio “realizado” puede ser menor que el precio “ideal”. En sus
propias palabras, dos factores pueden explicarlo, incluso si la mercancía es un
valor de uso para sus compradores potenciales: o el trabajo privado estimado
como trabajo social por su productor es menor que el trabajo social efectivo; o
la cantidad de mercancía llevada al mercado solo puede ser plenamente vendida a
un precio inferior:
Si el estómago del
mercado no puede absorber la cantidad total de lienzo al precio normal de 2 sh.
Por vara, ello demuestra que se consumió, bajo la forma de la fabricación de
lienzo, una parte excesivamente grande del tiempo de trabajo social en su
conjunto. El resultado es el mismo que si cada uno de los tejedores hubiera
empleado en su producto individual más tiempo de trabajo que el socialmente
necesario. Aquí se lo aplica lo de que pagan justos por pecadores. Todo el
lienzo puesto en el mercado cuenta como un artículo único; cada pieza, solo
como una parte alícuota (p.131).
La transformación del
precio “ideal” en precio “realizado” no está garantizada, todo lo contrario, se
trata de un “salto peligroso” que debe ejecutar la mercancía: El salto que el
valor mercantil da desde el cuerpo de la mercancía al del oro, es el salto
mortal de la mercancía. Si fracasa, la que se verá chasqueada no será
precisamente la mercancía sino su poseedor (p.129). Esta “frustración” no tiene
nada de psicológico: se mide precisamente por la diferencia entre el precio
“ideal” (esperado por el vendedor) y el precio “realizado” (que eso que se
embolsa al fin de cuentas). Cada entrada de un poseedor de mercancías al escenario
en que tiene lugar el proceso de intercambio, al mercado (p.128), lo expone así
a un riesgo de fracaso, lo que Marx llamó en los manuscritos preparatorios a El
Capital “la posibilidad de crisis”:
He aquí cómo se
presenta la posibilidad de crisis en la metamorfosis de la mercancía. En primer
lugar, se necesita que la mercancía, como valor de uso, exista realmente, y,
como valor de cambio, en el precio, exista idealmente, transformada en dinero.
[…] La posibilidad de crisis, siempre que aparece en la forma simple de la
metamorfosis, resulta pues únicamente de esto: las diversas formas – fases –
que la mercancía recorre en su movimiento, son por un lado, formas y fases que
necesariamente se complementan, pero por otro lado, a pesar de esta coherencia
interna necesaria, son partes y formas del proceso independientes, que pueden
estar y están separadas, que no coinciden en el tiempo ni en el espacio. La
posibilidad de crisis reside, por lo tanto, únicamente en la separación de la
venta y de la compra. […] La venta y la compra se pueden separar. Ellas son,
pues, crisis en potencia y su conjunción es siempre un momento crítico para la
mercancía (Marx, 1861-1863, tomo II, p.606-608; P.2, p.474-6).
Marx señala que esta
posibilidad de crisis no existe en el trueque, donde la única “dificultad”
posible (para hablar como Smith) ocurre cuando el bien no es un valor de uso
para el comprador; por lo que no hay intercambio en absoluto. Aquí, el “momento
crítico” no sucede porque la mercancía carezca de valor de uso sino porque la
cantidad de dinero que compra la mercancía es inferior a lo que esperaba el
vendedor. Esto pasa porque en el intercambio monetario una venta no es ipso
facto una compra.
Pero Marx no ve que
esta “posibilidad de crisis” sólo puede ser verdaderamente analizada si se
dispone de una teoría explicativa del nivel de la brecha entre el precio
“ideal” y el precio “realizado”, como preludio a un análisis del proceso de
ajuste que explique la evolución de esta brecha. Marx centra su atención en el
libro II de El Capital sobre la “transformación de la posibilidad de crisis en
su realidad”, es decir, el problema de la crisis general ligada a la
circulación del valor en una economía capitalista. Su teoría del dinero sigue
incompleta, lo que no le impide ser específica.
4. Una teoría
incompleta pero específica
En ausencia de una
teoría completa de la formación de los precios monetarios en el libro I de El
Capital, podríamos preguntarnos si las condiciones que establece Marx en su
elaboración lo distinguen significativamente de las principales autoridades en
la materia, antes y después de él. Una respuesta positiva conduce a sugerir
prolongaciones posibles en las nociones de amonedación y de régimen monetario.
A. La formación de los
precios: Marx frente a Walras, Marshall y Smith
En una primera
dirección, debemos constatar un elemento común a todos estos autores así como
también a la gran mayoría de economistas que se interrogan sobre la teoría de
los precios: en Marx, el agente económico individual no tiene la facultad de
fijar el precio efectivo (“realizado”) al cual se llevan a cabo los
intercambios. Reencontramos aquí lo que designan algunos economistas como la
“competencia perfecta” pero, diferente a éstos, no se trata de una hipótesis
particular sobre el tipo de mercado sino la idea según la cual el precio es un
hecho social que escapa al control de los agentes particulares.
Desde este punto de
vista común, pueden aparecer las diferencias con Léon Walras. En éste autor, la
ausencia de control de los agentes individuales sobre los precios es
interpretada de una manera radical: los precios son anunciados por un
“subastador” que no es ni un vendedor ni un comprador, es decir, que no es un
agente (ver Walras, 1874, 1900). La diferencia con Marx radica en la ausencia
de precio “ideal” anunciado por el vendedor. Esta representación del mercado ha
adoptado una forma exacerbada en la moderna teoría del equilibrio general
walrasiano (el “modelo a la Arrow-Debreu”), donde la figura molesta del
“subastador” va acompañada de una separación completa entre tres problemas
reunidos en Marx: la formación de los precios, la realización de los
intercambios y la circulación del dinero.
La proximidad de Marx
con Alfred Marshall parece más grande. El lado oferta se manifiesta por un “precio
de oferta” que es el precio exigido por los proveedores para producir una
cantidad determinada de una mercancía, y el lado demanda, se manifiesta por un
“precio de demanda” que es el precio que los demandantes están dispuestos a
pagar por una determinada cantidad de mercancía (ver Marshall, 1890). Aunque el
“precio de oferta” de Marshall se parece al precio “ideal” de Marx, hay una
diferencia esencial: cuando el precio de la oferta y el precio de demanda no
son iguales (en desequilibrio), el “precio de mercado” (es decir, el precio al
que el intercambio tiene lugar, y que corresponde al precio “realizado” de
Marx) es el “precio de demanda”. Desde la perspectiva de Marx, esto sería
arbitrario porque supondría que la sociabilidad se encarna en el comportamiento
de los demandantes. Ahora, lo que confiere a la demanda su carácter social -la
detención de “dinero real”, es decir, de un poder de compra general- está
ausente en el comportamiento de los demandantes en Marshall pues éstos se
encuentran en una posición rigurosamente simétrica respecto a los oferentes. La
consecuencia es que el dinero no es necesario en la teoría marshalliana de los
precios. El dinero está integrado, no a través de un análisis de la realización
de los intercambios en cada uno de los mercados de bienes, sino a través del
equilibrio de un mercado particular: el mercado de dinero, en el cual se
manifiesta la demanda global de saldos.
La proximidad con Smith
parece más grande aún si se sigue a Benetti y Cartelier (1998). Según ellos,
podemos complementar la teoría de Marx aplicando la “regla de Cantillon-Smith”,
según la cual el precio de mercado de un bien i se forma como la relación entre
la cantidad total de dinero asignado por los compradores al gasto en este
mercado y la cantidad de i llevada al mercado por sus proveedores. Esta
interpretación tiene la ventaja de proporcionar una determinación del precio de
mercado susceptible de ser relacionada con la tradición clásica (y
significativamente diferentes de aquella del precio de equilibrio en la
tradición marginalista, en su expresión walrasiana o marshalliana) y, además,
una determinación monetaria, es decir, de acuerdo a la definición de Marx del
modo de sociabilidad del precio.
Pero este parecido
plantea complejas cuestiones relativas a la determinación del gasto monetario y
al proceso de ajuste. Dos direcciones parecen poder tomarse. La primera
consiste en no sólo adoptar de Smith el papel de la “demanda efectiva” en la
determinación del precio de mercado, sino también la fijación de esta demanda
efectiva a partir de un precio natural, determinado por fuera del intercambio.
Se tiene entonces el modelo de la “gravitación” del precio de mercado en torno
al precio natural, que Marx retoma en el capítulo 10 del libro III de El
Capital (ver Deleplace, 1981, y para una interpretación diferente, Maurisson,
1981). Marx sustituye el precio natural por el concepto de “valor de mercado”
que representa la cantidad de trabajo social contenido en la mercancía, la cual
constituye el eje de gravitación en torno al cual gira su precio y respecto al
cual se alinean sus aumentos y disminuciones perpetuos. El “valor de mercado”
se define en una industria como el resultado de la adición de todos los valores
de las mercancías producidas en condiciones diferentes, es decir, un promedio
de los “valores individuales” de las diversas unidades de la mercancía
considerada. Así, Marx a diferencia de Smith, se esfuerza por conciliar el
análisis de la competencia intra-industria entre los diferentes productores de
una mercancía y la competencia inter-industrias entre los distintos capitales
por la obtención de la tasa general de beneficio. Sin embargo, el concepto de
“valor de mercado” es difícil de conciliar con la idea de un precio “ideal”
porque:
– o bien el “valor individual”
se confunde con el “precio ideal” y el promedio de los “precios ideales” de los
distintos vendedores de la mercancía ya no es un precio “realizado” como no lo
es ninguno de ellos: el “valor de mercado” no es una cantidad de trabajo
social,
– o bien se sustituye
en el análisis al precio “ideal” y la especificidad del intercambio monetario
desaparece tras el estudio del costo de producción: se regresa a la teoría real
de la gravitación de los autores clásicos. Hay que orientarse en otra dirección.
B. Amonedación y
régimen monetario
En una segunda
dirección, seguida por Benetti y Cartelier (1998), se establece una relación
entre los gastos monetarios efectuados por los individuos cuando compran (y,
por lo tanto, el gasto total de dinero en un mercado que entra en la formación
del precio de mercado) y los ingresos esperados por los individuos cuando
venden. En los términos utilizados anteriormente, se trata de establecer un
vínculo entre el precio “ideal” y el precio “realizado”. Este enfoque, más cercano
al “principio de la demanda efectiva” de Keynes que a la “gravitación”
smithiana, es inteligible sólo si la fijación de un precio “ideal” para la
mercancía por parte del vendedor no es solamente una evaluación subjetiva en la
unidad de cuenta, sino que le permite obtener un medio de pago (que él podrá
gastar) cuando todavía no ha vendido nada. Por lo tanto, es necesario que el
comprador, para hablar como Marx, tenga “en el bolsillo” el medio de pago, y
que lo obtenga como vendedor potencial. Este acceso al dinero “real” es la
“acción social” que él evocaba a propósito de la creación de dinero, o, para
usar un término antiguo reutilizado en Benetti y Cartelier (1980), un
“principio de amonedación”, es decir, una organización de la emisión de dinero
que permite una compra sin venta previa.
Según las conclusiones
del propio Marx en el capítulo 2 de El Capital, la amonedación no es un
intercambio sino la condición previa para el intercambio. El vendedor potencial
obtiene el medio de pago sin vender, lo que implica que el emisor de dinero no
es un agente sino una institución. Por ejemplo, en la amonedación del oro, es
la Casa de la Moneda la que acuña bajo la forma de monedas de oro el lingote
llevado por su propietario, quien resulta entonces con dinero “en el bolsillo”.
El agente puede luego utilizar este dinero para comprar, permitiendo a otros
agentes privados “realizar” más o menos el precio “ideal” de sus bienes. Al no
ser un intercambio, la relación entre el agente privado (en este caso el
propietario del oro en lingote) y la institución emisora de dinero (la Casa de
la Moneda) escapa al proceso ordinario de la formación del precio: la cantidad
de dinero que agente recibe (en este caso el número de monedas de un
determinado tipo que obtiene por su lingote) está fijada por reglas no
mercantiles (en este caso son legales).
La amonedación es a la
vez la definición de la unidad de cuenta (el “dinero ideal” es aquí un
determinado peso de oro), el procedimiento de acceso al medio de pago (el
“dinero real” es aquí la moneda metálica). El desarrollo efectivo de los
intercambios (incluidos allí las condiciones de “posibilidad de crisis”) es
diferente según el régimen monetario considerado (en este caso, metálico). El
sistema monetario debe pues ser especificado para la elaboración de una teoría
de la formación de los precios (5). Ahí radica la principal lección de la
teoría monetaria de Marx: el dinero no es neutral.
Notas
1. Para un análisis
detallado correspondiente a este enfoque, ver De Brunhoff (1967) y (1979).
2. Ver la sección II
del capítulo 1 de Principios donde Ricardo cita ampliamente La riqueza de las
naciones para justificar que “los trabajos cualitativamente distintos son
diferentemente remunerados”, respecto a “la relación entre las diferentes tasas
de salario […] en los diferentes empleos del trabajo” (Ricardo, 1817-1821,
p.60-1). Sobre esta concepción “clásica” de la homogeneización de los trabajos
por los salarios, ver Klimovsky (1996) y sobre las consecuencias de su
aplicación a la teoría del valor de Marx, Ver Klimovsky (1998).
3. Esta separación se
encuentra también en Walras y en la teoría moderna del equilibrio general
walrasiano, aunque la teoría de los precios relativos sea muy diferente de
aquella de los clásicos.
4. Para una crítica
detallada de la teoría de las “formas del valor”, ver Benetti y Cartelier
(1980), Benetti (1985) y Cartelier (1991b).
5. Sobre estas nociones
de “amonedación” y de “régimen monetario”, ver Benetti y Cartelier (1980) y
(1998), Cartelier (1994 a) y (1996), Boyer-Xambeu, Deleplace, Gillard (1990) y
Deleplace (1996).
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