¿Qué es ejercer el poder?
Por Michel Foucault
"La ‘psiquiatrización’ de la vida cotidiana, si se la examinase de cerca, revelaría posiblemente lo invisible del poder." - Michel Foucault
Entrevista
al filósofo francés Michel Foucault, realizada el 3 de noviembre de 1980.
Michel Foucault: En cierto sentido, soy un moralista, en la medida en que creo
que una de las tareas, uno de los sentidos de la existencia humana, aquello en
lo que consiste la libertad del hombre, es jamás aceptar nada como definitivo,
intocable, evidente, inmóvil. Nada de lo real debe erigirse para nosotros en
una ley definitiva e inhumana. En esa medida, puede considerarse que debemos
alzarnos contra todas las formas de poder, pero no entendido simplemente en el
sentido restringido de poder de un tipo de gobierno, o de un grupo social sobre
otro; eso no es más que un elemento entre otros. Llamo «poder» a todo lo que
tiende de hecho a hacer inmóvil e intocable lo que se nos ofrece como real, como
verdadero, como bien.
— ¿Puede existir un poder abierto? ¿O bien el poder es intrínsecamente
represivo?
—Si lo hiciera, no ejercería un poder. Pero en cambio, si tomo el grabador y lo
arrojo al suelo para causarle un fastidio a usted, o para que usted no pueda
repetir lo que yo dije, o para presionarlo y conseguir que se comporte de tal o
cual manera, o para intimidarlo(es decir, cuando trato de actuar sobre su
conducta por medio de una serie de recursos), ejerzo un poder. Eso equivale a
decir que el poder es una relación entre dos personas. Es una relación que no
es del mismo carácter que la comunicación, aunque estemos obligados a valernos
de instrumentos de comunicación. No es lo mismo decirle «hace buen tiempo» o
«nací en tal fecha»; ejerzo un poder sobre usted, actúo o procuro actuar sobre
su conducta y conducirla, dirigirla. El medio más sencillo, desde luego, es
tomarlo de la mano y obligarlo a ir aquí o allá. Yo diría que, en cierto modo,
ese es el grado cero del poder. Es la forma límite y, en el fondo, en ese
momento el poder deja de ser tal para no ser ya otra cosa que fuerza física. En
cambio, cuando me valgo de mi edad, de mi situación social, de los
conocimientos que puedo tener acerca de tal o cual cosa para hacer que usted se
conduzca de tal o cual manera —vale decir, cuando no lo fuerzo a nada y lo dejo
libre—, ejerzo entonces el poder. Es obvio que el poder no va a definirse a
partir de una violencia apremiante que reprima a los individuos, los fuerce a
hacer esto y les impida hacer aquello, sino cuando hay una relación entre dos
sujetos libres y un desequilibrio por el cual uno puede accionar sobre otro y
este último es «accionado» o acepta serlo. Entonces, a partir de ahí… Ya no sé
cómo empezaba la pregunta. Ah sí, ¿si el poder siempre es represivo? Claro que
no, puede adoptar unas cuantas formas y, después de todo, puede haber
relaciones de poder que sean abiertas.
— ¿Cómo pueden los marxistas criticarlo? Usted no es ortodoxo, qué duda
cabe, pero al parecer se alinea con las posiciones marxistas.
— ¿Me alineo? No sé. Vea, no sé qué es el marxismo. Además, no creo que exista,
en sí y para sí. En realidad, la mala suerte —o la buena suerte, como se
quiera— de Marx fue que siempre hubo organizaciones políticas que hicieron suya
su doctrina. Y de un modo u otro es la única teoría histórica —y filosófica, en
última instancia— cuya permanencia, a lo largo de hace ya un siglo, siempre
estuvo ligada a la existencia de organizaciones sociopolíticas
extraordinariamente fuertes y combativas, e incluso vinculadas a aparatos de
Estado en la Unión Soviética. Por eso, cuando me hablan del marxismo, yo diría:
¿cuál? ¿El que se enseña en la República Democrática Alemana, el
Marxismus-Leninismus? ¿Son los vagos conceptos desmañados e híbridos que
utiliza alguien como Georges Marchais? ¿Es el cuerpo de doctrina al cual se
remiten algunos historiadores ingleses? En fin, no sé qué es el marxismo.
Intento debatirme con los objetos de mi análisis y cuando en efecto me parece
que hay un concepto que puede encontrarse en Marx o en un marxista, [un
concepto] que va bien, lo utilizo. Pero me da completamente lo mismo, nunca
quise, siempre me negué a considerar que la conformidad o no conformidad
respecto del marxismo podía ser o podía constituir un criterio de diferencia
para aceptar o suprimir lo que yo estaba diciendo. Me tiene absolutamente sin
cuidado. Entonces, cuando los marxistas rechazan una serie de cosas de las que,
sin embargo, sé perfectamente, porque las encontré en Marx […]; cuando los
marxistas me critican en relación con puntos en los que soy justamente quien
más cerca está de lo que dijo Marx, me río y me convenzo, una vez más, de que
entre las muchas personas que no conocen a Marx [están aquellos que es
oportuno] poner en la primera fila de los marxistas. Eso es todo, eso es
todo. Si agregamos que, como buenos militantes políticos, desde luego, jamás
presentan la posición del adversario de manera correcta, sincera, auténtica y
objetiva, atribuyen cosas que uno nunca ha dicho, construyen caricaturas, etc.,
no veo por qué tendría que entrar en esas discusiones.
— ¿Se le ocurre algún sistema de poder para gobernar, para organizar a los
seres humanos, que no sea represivo?
—Bueno, usted comprenderá que un programa de poder no puede adoptar más que
tres formas. O ¿cómo ejercer el poder lo mejor posible, es decir, de la manera
más eficaz posible, lo cual en líneas generales significa: cómo reforzarlo? O
bien la posición absolutamente contraria, ¿cómo derrocar el poder, contra qué
acometer para poner en cuestión tal o cual cristalización de las relaciones de
poder? Por último está la posición intermedia, que consiste en decir «¿cómo es
posible limitar del modo menos malo posible las relaciones de poder, tal como
se constituyen para luego quedar congeladas en una sociedad dada?». La
primera posición, hacer un programa de poder para ejercerlo mejor, no me
interesa. La segunda me parece interesante, pero creo que debe considerársela
esencialmente en función de sus objetivos, esto es, de las luchas concretas que
deben librarse, y eso implica precisamente no hacer una teoría a priori. En
cuanto a las formas intermedias —¿cuáles son las condiciones de poder que son
aceptables?—, digo que esas condiciones no pueden definirse a priori: siempre
son resultado de una relación de fuerza dentro de una sociedad; así, en esa
situación, en ese estado de cosas, resulta que tal o cual desequilibrio que
permite la existencia de relaciones de poder, en suma, es tolerado por quienes
son sus víctimas, por quienes durante un tiempo están [en la] posición más
desventajosa. Entonces, ¡vaya a decirles que eso es aceptable! Después uno
advierte muy rápido, y de hecho siempre (a veces al cabo de algunos meses, a
veces al cabo de varios años y eventualmente siglos) [que] la gente resiste,
[que] ese compromiso ya no funciona. Eso es. Pero no hay que dar una fórmula
óptima y definitiva del ejercicio del poder.
— ¿Quiere decir que en las relaciones entre los hombres hay algo que se
coagula y que, al cabo de cierto tiempo, se vuelve intolerable?
—Sí, bueno, a veces lo es de inmediato. Lo reitero, el poder tal como es, las
relaciones de poder tal como existen en alguna o alguna otra sociedad, jamás
son otra cosa que las cristalizaciones de relaciones de fuerza, y no hay razón
para que esta cristalización pueda o deba formularse como teoría ideal de las
relaciones de poder en una sociedad dada. En cierto sentido, sabe Dios que no
soy estructuralista, ni lingüista, etc., pero en fin, usted comprenderá, es un
poco como si un gramático viniera a decir: «Y bien, así es como debe ser la
lengua, así es como deben hablarse el inglés o el francés». ¡Pero no! Puede
decirse cómo se habla una lengua en un momento dado, qué es lo que se comprende
y qué es inaceptable, incomprensible, y eso es todo lo que puede decirse de
ella. Sin embargo, esto no significa que ese trabajo sobre la lengua no permita
innovaciones.
—Usted se niega a hablar en términos positivos, salvo para el momento
presente.
—Una vez que se concibe el poder como un conjunto de relaciones, de relaciones
que son de fuerza, no puede haber una definición programática de un estado
óptimo de las fuerzas; o sólo puede haberla si, entonces, uno toma partido y
dice: «Yo quiero que —por ejemplo— la raza blanca, aria y pura tome el poder y
lo ejerza». E incluso decir: «Quiero que sea el proletariado el que ejerza el
poder, y que lo ejerza de manera total […]». A partir de ese momento, sí,
estamos ante un dato, un programa de construcción de poder.
— ¿Es inherente a la existencia de los seres humanos que su organización se
traduzca en una forma represiva de poder?
—Por supuesto. Una vez que, en el sistema de las relaciones de poder, hay gente
en una posición tal que puede actuar sobre los otros y determinar su conducta,
esa conducta de los otros no será totalmente libre. Por consiguiente, según los
umbrales de tolerancia, según un cúmulo de variables, la situación será más o
menos aceptada, más o menos rechazada, pero nunca se la aceptará del todo,
siempre habrá escollos, siempre habrá gente que no quiera aceptar, siempre
habrá puntos donde la gente se sublevará, resistirá.
— ¿No habría que distinguir voluntad consciente y voluntad inconsciente? Yo
puedo elegir someterme, aceptar un poder: en ese caso, ¿puede hablarse de
dominación? También pueden decirme: «Aun cuando no elijas, es bueno para ti, en
realidad lo quieres, y yo lo sé». ¿En qué caso puede hablarse de
dominación?
—Y bien, no sé qué es una voluntad inconsciente. El sujeto de voluntad quiere
lo que quiere y, una vez que introducimos en él una escisión que consiste en
decir: «No sabes lo que quieres. Yo voy a decirte lo que quieres», es obvio que
ese es uno de los medios fundamentales para ejercer el poder.
— Pero en el caso de las personas que aceptan que un poder se ejerza sobre
ellas, ¿se puede hablar de dominación?
—Y bien, sí, usted acepta ser dominado, eso es todo.
—Pero para esas personas no es una dominación.
—Sí, aceptan ser gobernadas, aceptan ser dirigidas.
—Una pregunta concreta: ¿cómo haría usted para resolver el problema de la
criminalidad? U otro ejemplo que me dio el profesor Dreyfus: dijo que su hijo
quería escribir en la pared y que, según usted, impedírselo sería un acto de
represión. ¿Hay que permitírselo o decirle «¡basta!»?
—No, en relación con el hijo del profesor Dreyfus, que quería escribir en las
paredes, de ningún modo dije que impedírselo significara oprimirlo. […] Al no
estar casado ni ser padre de familia, me guardaría muy bien de decir cosa
alguna. Si me hiciera del poder la idea que se me atribuye con frecuencia, que es
algo horrible y represivo, en fin, algo horrible cuya función es reprimir al
individuo, es obvio que impedir a un niño escribir en una pared sería una
tiranía insoportable. Pero no es eso lo que digo. [El poder] es una relación,
una relación por la cual se conduce la conducta de los otros. Y no hay razón
para que esa conducción, esa manera de conducir la conducta de los otros, no
tenga en definitiva efectos positivos, valiosos, interesantes, etc. Si yo
tuviera un crío, le juro que él no escribiría en las paredes (o escribiría,
pero contra mi voluntad).
—Por lo tanto, siempre hay que examinar…
— [Sí,] es precisamente eso que usted dice: un ejercicio del poder nunca debe
darse por sentado. No por ser padre usted tiene derecho a abofetear a su hijo.
Tenga la certeza de que, cuando usted actúa sobre su conducta —y a menudo el
hecho mismo de no castigarlo es también una manera de actuar sobre su
conducta—, entra en un sistema muy complejo y que en efecto requiere una
infinidad de reflexiones. Y cuando se piensa, si le parece, en el cuidado con
el cual, en nuestra sociedad, se han examinado los sistemas semióticos para
saber cuáles eran los valores significantes de un montón de cosas, yo diría
que, en comparación con eso, los sistemas de ejercicio del poder han quedado
relativamente descuidados, al no prestar tal vez la atención suficiente a las
complejas consecuencias de los encadenamientos que se producen a partir de
ellos.
—Su posición escapa constantemente a la teorización. Es algo que hay que
rehacer a cada instante. —[Sí,] es algo que hay que rehacer a cada instante. Si
se quiere, es una práctica teórica, una manera de teorizar la práctica, no es
una teoría. Creo que, cuando se analizan de cierta manera las relaciones de
poder, como yo intento hacer ahora, lo que digo no es contradictorio.
—Su posición es muy diferente de lo que yo imaginaba
—Se hacen de mí la idea de una especie de anarquista radical que tendría por el
poder algo así como un odio absoluto, etc. ¡No! Con respecto a ese fenómeno
extremadamente importante y difícil en una sociedad que es el ejercicio del
poder, intento adoptar la actitud más reflexiva y, diría, más prudente posible;
prudente desde el punto de vista del análisis, es decir, efectivamente, de los
postulados posibles, tanto los morales como los teóricos: [hay que saber] de
qué se trata. Pero interrogar las relaciones de poder con el mayor de los
escrúpulos, la mayor de las atenciones posibles, y en todos los dominios donde
pueden ejercerse, no quiere decir [construir] una mitología de los poderes como
la bestia del Apocalipsis […].
— ¿Cuáles son los principios que guían su acción con respecto a los otros?
—Ya se lo he dicho: rechazo, curiosidad e innovación.
— ¿No son todos negativos?
—Pero usted comprenderá que la única ética que se puede tener respecto del
ejercicio del poder es la libertad de los otros. Entonces, insisto, no voy a
apremiarlos diciéndoles: «¡Hagan el amor así! ¡Tengan hijos! ¡Trabajen!».
—Confieso que me siento un poco perdido, sin orientación, porque resulta un enfoque demasiado abierto…
—Pero escuche, escuche. ¡Qué difícil es! No soy un profeta, no soy un organizador, no tengo que decir [a la gente] lo que tiene que hacer, no tengo que decirle: «Esto está bien para ustedes; aquello no está bien para ustedes». Procuro analizar una situación en lo que puede tener de complejo, con la función, [para] esta tarea de análisis, de permitir, a la vez, el rechazo, la curiosidad y la innovación. Eso es. […] No tengo que decirle a la gente: «Esto es bueno para ustedes».
— ¿Y para usted personalmente?
—Eso no es asunto de nadie. Creo que en el centro de todo esto de un modo u
otro hay un equívoco en cuanto a la función, ¿cómo decir?, de la filosofía, del
intelectual o del saber en general; esto es, que les toca a ellos decirnos lo
que está bien.¡ Pero no es así! No es ese su papel. Demasiado tienden ya a
desempeñar ese papel. Hace dos mil años que nos dicen lo que es bueno, con las
consecuencias catastróficas que eso implica. Entonces, como usted comprenderá,
hay un juego que es terrible, un juego tramposo, en el cual los intelectuales
[…] tienden a decir lo que está bien y la gente no pide más que una cosa:
que le digan lo que está bien, y apenas se le dice empieza a gritar: «¡Qué mal!
¡Qué mal!». Si es así, ¡cambiemos el juego! Y digamos que los intelectuales ya
no tendrán que decir cuál es el bien, y corresponderá a las personas, sobre la
base de los análisis de las realidades propuestas, trabajar o conducirse
espontáneamente de manera tal que sean ellas mismas quienes definan lo que es
bueno para ellas. […] El bien se innova.
El bien no existe en un cielo intemporal, con personas que sean como los astrólogos del bien y puedan decir cuál es la coyuntura favorable de los astros. El bien se define, se practica, se inventa. Pero es un trabajo, es un trabajo no sólo de muchos, [sino] un trabajo colectivo. ¿Está más claro ahora?
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